Vinos de Nueva Zelanda

Sin embargo, la historia vitivinícola del país se remonta a hace más de un siglo: en 1840, fecha del Tratado de Waitangi que formalizó la integración de Nueva Zelanda en la Commonwealth, ya se producía la primera botella de vino. De hecho, desde que se plantaron las primeras vides en la isla en 1819, muchos inmigrantes/exploradores/misioneros han añadido su piedra al edificio. Británicos, franceses y croatas se esforzaron por desarrollar la viticultura en Nueva Zelanda a lo largo del siglo XIX, pero el país se vio afectado por enfermedades criptogámicas de la vid y la filoxera, que frenaron considerablemente el desarrollo de esta incipiente actividad.

No fue hasta la Segunda Guerra Mundial cuando se produjo la explosión de la industria vinícola. Se aumentaron los impuestos a la importación y el Estado facilitó el crecimiento del sector. En las décadas de 1960 y 1970, Nueva Zelanda recibió inversiones masivas de Estados Unidos y Australia, lo que propició una notable mejora de las prácticas vinícolas y de la calidad de los vinos, que en un principio eran principalmente vinos ligeros, afrutados y ligeramente dulces a base de Muller-Thurgau.

En la década de 1990, tras la supresión de las barreras aduaneras a la importación de vinos extranjeros, la industria vitivinícola neozelandesa tuvo que hacer frente a la competencia de Australia. Por ello, desarrolla masivamente su estrategia de exportación, que pasa de 18 millones de dólares neozelandeses en 1990 a 1.500 millones en 2015.

Se crean nuevas fincas desde el norte de la isla hasta Central Otago, y ya son 670.

Según la Organización Internacional de la Viña y el Vino, en 2015 Nueva Zelanda era el 17º país productor de vino (en volumen), con casi el 1% de la producción mundial.