Pommard

Basta con visitar Beaune para hacerse una idea de esta cultura, moldeada a lo largo de los siglos por el amor a la vid y a los vinos producidos por el duro trabajo de los viticultores. Al explorar estas tierras, no tardará en toparse con Pomona, una pequeña ciudad que debe su nombre a una antigua diosa que era la dueña de los jardines. A su alrededor hay viñedos plantados con una sola variedad de uva, la Pinot noir, y un vino, el Pommard, descrito desde la Edad Media como "la flor de los vinos de Beaune".

Reconocida como denominación en 1936, se refiere exclusivamente al municipio de Pommard. Situado en la Côte de Beaune, entre Beaune y Volnay, Pommard, sus crus y sus bellas residencias marcan el punto en el que la Côte se inclina ligeramente hacia Autun. Es quizás el vino de referencia de la región de Borgoña. La denominación de Pommard comprende 28 crus clasificados como Pommard Premier Cru, los más famosos de los cuales son sin duda Les Rugiens y Les Epenots.

Las viñas de Pommard y Pommard Premier Cru están plantadas a una altitud de entre 250 y 330 metros, orientadas de este a sur. En su parte más baja, el terruño está subyacente por antiguos depósitos aluviales y, a continuación, en la parte media de las laderas, por suelos arcillo-calcáreos bien drenados gracias a los restos rocosos. Más arriba, encontramos margas oxfordianas, suelos pardos calcáreos y pardos calcáreos.

Un viñedo en las laderas y pequeñas colinas a casi 300 metros de altitud, un suelo arcilloso-calcáreo generoso y rico, mucho sol, pluviometría y temperaturas ideales, en resumen, condiciones que permiten desde la Edad Media producir vinos tintos sólidos, tánicos, bien plantados en este suelo, pero sutiles, con una veracidad ejemplar. Elaborados exclusivamente con uvas Pinot Noir, estos vinos tintos de Pommard son todos Premier Cru.

La fama de Pommard en el siglo XIX le dio la imagen de un vino insistente y viril. En realidad, los terruños, las vinificaciones y la edad matizan este retrato para ofrecer un vino rico en sensibilidad. El Pommard es un vino que hay que dejar envejecer un poco para que se abra plenamente, y se apreciará especialmente cuando lo ofrezcan fincas como Domaine Roger Belland, Domaine de Courcel o Domaine Henri et Gilles Buisson. En cuanto al Pommard Premier Cru, los amantes de esta denominación se decantarán por Domaine Leroy, Maisons Bouchard Père et Fils o Verget, o por los vinos de Louis Jadot.

Cuando se trata de vinos tintos, a menudo se hace hincapié en la solidez, una virilidad en el paladar y una fuerza tánica que no se puede subestimar. Pero los vinos tintos, y el Pommard en particular, no son sólo sangre, sino también toda una serie de sutilezas, fragancias y aromas que se esconden tras un carácter franco y fuerte. 

La culminación de todo este cultivo, el trabajo de las viñas, toma forma en una copa. Pero beber es mucho más que eso, porque todo forma parte de una ceremonia. Una copa llena de Pommard es ante todo un juego de colores, un color rojo granate intenso. Un ojo perspicaz detectará matices malvas y azulados. Luego hay que poner la nariz en él, un placer que no hay que perderse ya que los aromas son múltiples, fruta negra, arándano, grosella negra, mora, ciruela. A medida que envejece, el Pommard desarrolla aromas más densos, que evocan el cuero, la madera vieja y la corteza de pan. Luego, al beberlo, afloran todas sus sutilezas. El ataque es franco y afrutado. Se percibe la fuerza de la uva, pero también notas de grosella negra y arándanos. La tierra que sustenta las viñas no está lejos, y los aromas son sólidos sin ser agresivos. Los gourmets dirán que el vino tinto de Pommard combina bien con carnes, chuletas de ternera, estofados, caza y quesos.